Esto sentí cuando murió mi mejor amigo, el perro con quien crecí

Lo conocí cuando yo tenía tres años, pero recuerdo el momento con mucha claridad. Ese día mi abuela me había dicho que iba a llevarme a casa por que mi mamá me tenía una sorpresa. Al llegar, entré rápido y me detuve al ver cuatro patitas y unos ojos tímidos que se escondían debajo de la mesa. No podía creerlo, mis padres habían cumplido uno de mis más grandes deseos, la oportunidad de amar a un perro.

Él estuvo conmigo desde preescolar hasta que me volví profesionista. Gracias a él, pude comprobar que los animales son seres nobles y sensibles, cada uno con una personalidad única y mucho amor para dar, sin pedir nada a cambio. Él es, en gran parte, la razón por la que decidí dejar de comer animales a los 15 años. Desde que comprendí el concepto de la vida y la muerte, comencé a reflexionar en la inevitabilidad de que todos partiremos, pero al estar consciente de que los perros viven menos que los humanos, mientras fui creciendo, el temor de que llegara el día en el que muriera quien se convirtió mi mejor amigo, también crecía.

No es común que los perros vivan más de 21 años, y él probablemente habría podido vivir aún más, pero fue perdiendo lentamente la capacidad para escuchar, para ver, comenzó a perder el control de sus esfínteres y perdió sus dientes. Era común escucharlo llorar y buscarlo para encontrarlo tirado en el piso, y finalmente un día dejó de caminar. El veterinario lo revisó y nos dijo que su momento había llegado, que era hora de ayudarlo a descansar. Esto siempre fue algo muy controversial para mí, decidir sobre la vida de alguien más sin saber realmente qué desea. No quería despedirme de él, yo sabía que él seguía ahí dentro, prisionero en un cuerpo que ya no respondía, pero con su esencia aún intacta. Tomó muchos días llegar a una decisión, y como familia, concluimos que lo mejor para él era ayudarlo a partir.

El día que tanto había temido por fin había llegado, un sentimiento surreal. Él se fue igual que como vivió, rodeado de amor y siempre acompañado. Su partida sucedió en la casa en donde vivió toda su vida. Mis hermanos, ahora con sus propias familias e hijos, mis papás ya mayores, y yo, ahora un adulto, despedimos al miembro más pequeño de nuestra familia. Las últimas palabras que escuchó, las últimas palabras que le dije, fueron: “Te amo, ya descansa”.

Sé que no puedo esperar que las personas comprendan lo que siento, pero lo conocí prácticamente desde que tengo memoria y no sabía lo que era la vida sin él. Estuvo presente en momentos muy importantes en mi vida y sin importar lo que pasara, siempre podía contar con él. Los días siguientes fueron muy difíciles, tuve que lidiar con el sentimiento de culpa de haber tomado esa decisión, aceptar el desgarrador hecho de que jamás podré sostenerlo nuevamente y aceptar que sus ojos no volverán a conectar con los míos, más que en fotos. El duelo por perder a un ser querido es algo único para cada persona, puede hacerte sentir muy solo, pero el apoyo entre mi familia, algunas personas cercanas a mí y mi equipo de trabajo en MFA me hicieron sentir acompañado y me recordaron que este tipo de pérdidas se sobrellevan un día a la vez.

Decidí concentrarme en el trabajo para tratar de distraer mi mente, sin embargo, en MFA trabajamos para prevenir e informar sobre la crueldad que padecen millones de animales confinados en granjas industriales, y la naturaleza de nuestra labor nos hace estar expuestos a imágenes gráficas de lo que sucede todos los días y mucha gente desconoce.

Mi perro tuvo una larga y dichosa vida, una muerte digna, y aún así, perderlo continúa siendo uno de los eventos más angustiantes para mí, pero ver estas imágenes del sufrimiento de millones de animales explotados como alimento hicieron que lo que yo estaba pasando tomara para mí un sentido más desesperanzador al contrastarlo con el hecho de que sus vidas duran menos de un cuarto de lo que durarían naturalmente, son torturados como práctica común, separados de sus seres queridos a los pocos días de nacer y confinados en condiciones horripilantes e insalubres, sin nadie que se apiade de ellos al ser asesinados de una forma violenta y dolorosa.

Hay millones de personas como yo que han sufrido la partida de los animales con quienes compartían su hogar, sabemos que no perdemos “algo” sino a alguien, a un miembro de la familia. Los gatos y perros de quienes recibimos amor nos han enseñado esto, sin embargo, el resto de los animales no son diferentes. Los cerdos, por ejemplo, son el quinto animal más inteligente del mundo, aún más que los perros, son muy cariñosos y a ellos también les gusta jugar a la pelota. Aún así, miles de millones de ellos son asesinados cruelmente sin ninguna razón justificable. Las vacas, los pollos, los cerdos, las ovejas, las cabras y los peces son seres sensibles e inteligentes y tampoco quieren morir. Comer animales no es necesario, podemos vivir saludables y felices con una alimentación a base de plantas, y matar a otro ser sintiente solo por que nos gusta el sabor de su carne nunca será moralmente correcto.

Gracias al amor que compartí con mi perro, trabajo con más fuerzas hasta que logremos que un día, lo peor que le pueda pasar a un animal sea una muerte compasiva, después de una vida larga y plena, en la cual haya sido amado incesantemente. Gracias a él, mientras haya un solo animal que necesite ayuda, yo seguiré luchando.